ALAN WARBURTON


Dust Bunny, 2015 (Conejito de polvo)
Polvo y residuos recolectados de estaciones de trabajo de efectos especiales. 7 cm x 7 cm x 5 cm


Dust Bunny se compone de polvo parecido a la angora, finamente molido, que se ha recolectado del interior de diez estaciones de trabajo de animación 3D pertenecientes al estudio de efectos visuales Mainframe. El volumen de polvo recogido representa aproximadamente 35.000 horas, o el equivalente a 4 años de proceso digital constante. La escultura rinde homenaje a un emblemático subproducto industrial, el Stanford Bunny (el conejito de Standford), que fue utilizado como objeto de prueba en los primeros experimentos de gráficos 3D por ordenador en la Universidad de Stanford y que todavía se utiliza rutinariamente para demostrar nuevos avances en CGI (computer generated imagery). Dust Bunny articula una inversión particular entre lo real y lo virtual: en el mundo real buscamos eliminar el polvo y la suciedad para optimizar la funcionalidad, en CGI estos se recrean laboriosamente y con gran costo económico y humano: simulaciones complejas, algoritmos pseudo-aleatorios para introducir ruido visual y modelos 3D intrincadamente construidos para emular el mundo real fotográfico, caótico e infinitamente polvoriento.

En la intersección de estas dos realidades se encuentra la estación de trabajo gráfica: un monolito afinado, ventilado por múltiples ventiladores que giran a una velocidad de hasta 2000 RPM. Estos ventiladores filtran el polvo ambiental que se acumula en finas capas de lana liviana y delicada que solo se puede desalojar de sus grietas con ráfagas de aire comprimido, cepillos suaves y pinzas con cuidado.

Este polvo no es producido por la máquina en sí, es biológico, está compuesto de piel, cabello fino, partículas atmosféricas y fibras de tela finas. Es ajeno y abyecto. En su libro In the Dust of this Planet (2011), Eugene Thacker analiza cómo sustancias como el aceite, la niebla, el polvo y la suciedad pueden entenderse como fuerzas que rompen el “mundo-para-nosotros” y nos permite vislumbrar una posible “mundo-sin-nosotros”. Estas sustancias, casi literalmente la tierra misma, interceden como un horror en nuestra cosmovisión antropocéntrica.

Somos colaboradores de las máquinas: creamos y protegemos la producción de lo virtual, limpiando conjuntos de datos, rotoscopiando y eliminando el ruido, el grano y los errores digitales. Y así se deduce que también nosotros, nuestras células, debemos erradicarnos del aparato. Sin embargo, al mismo tiempo que colaboramos con la máquina para erradicar el polvo y la fricción, también aportamos el polvo para introducir un tipo de fricción productiva en la máquina.

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